jueves, 8 de septiembre de 2011

En Busca del Beso (cuento)

  Ese beso tan buscado simplemente se fue, desapareció como desaparecen las nubes barridas por el viento. Ella lo buscó incesantemente; lo buscó cada día, cada minuto, cada segundo; pero nada, el besó se había esfumado sin dejar siquiera la más mínima pista.
  Un día, llegaron a sus oídos habladurías de que un beso había sido visto en lo más profundo del bosque, enredado en una rama de aquellos árboles desnudos y tenebrosos, desesperado por llegar a los labios de la persona a la que estaba destinado. Tuvo la certeza absoluta de que ese beso le pertenecía a ella y a nadie más y que tal vez esa sería la única oportunidad para recuperarlo, por lo que se dirigió presurosa a cumplir su misión.
  Cuando llegó al bosque había oscurecido y el paisaje se presentaba más tenebroso que de costumbre. Un sentimiento nuevo recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies, como un rayo que parte por la mitad un tronco en medio de la tormenta y su corazón se dividió: era el miedo, un miedo profundo que nunca antes había sentido. Es cierto que otras veces había sentido miedo: miedo al escuchar una historia de fantasmas, miedo a caerse de la bicicleta y dar con los dientes en el suelo; pero este miedo era distinto, era miedo a perder lo que más deseaba en  el mundo. La duda se instaló en su alma y el cuerpo se le paralizó. Se sentía completamente incapaz de dar un paso o retroceder, se hallaba atrapada en un espacio invisible que le impedía salir huyendo,  dejando un rastro de promesas rotas  o por el contrario, encontrar el coraje necesario para seguir adelante y recuperar ese beso. Así pasó el tiempo, no se sabe cuánto porque la hora en aquel espacio se regía por un ritmo anárquico, arbitrario. Tal vez fueron minutos, tal vez días, tal vez años; no había forma de saberlo.
Ella se sentía desfallecer, estaba empezando a perder toda ilusión, se estaba encerrando en un capullo para desaparecer por siempre y lo más triste de todo,  es que ni siquiera parecía tener voluntad para detener el fatídico final que la esperaba, acechante en un rincón de aquel limbo donde se había metido.
En algún momento, no se sabe cuándo, comenzó a despertar como de un largo sueño  y buscó en lo más hondo de sí misma. Buscó, volvió a buscar, empeñada en que al fondo, no sabía en qué lugar, encontraría algo; y al final sucedió. Una luz pequeñita empezó a abrirse paso en su interior y cada vez se hizo más y más grande. Su cuerpo pudo al fin moverse, poco a poco, y una firme determinación se apoderó de Ella. Supo que era el momento y tomando impulso, saltó fuera de aquel espacio.
Se secó las lágrimas y sin pensarlo dos veces se internó en el bosque. Sin duda no sería fácil encontrar al beso, puesto que el bosque era enorme, se había hecho de noche y lo más importante de todo: no sabía en qué parte estaba. Pero daba igual. No le importaba pasarse la vida buscándolo, porque esa era su única misión, ya no le interesaba nada más.
Anduvo mil pasos, tropezó mil veces y se arañó con las ramas secas; sin embargo no se rindió. Pasó mucho tiempo, nadie sabe cuánto. El pelo se le había vuelto gris, sentía que su cuerpo le estaba abandonando poco a poco y de repente, lo encontró. Allí seguía el beso, enredado en la rama de un árbol por el que quizás había pasado muchas veces, pero en el que nunca se había fijado. Lo tomó con sus manos y lo posó en sus labios. Su dulce beso.
El viento comenzó a soplar con fuerza, tanta, que se llevó al beso y a Ella unidos por siempre.

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