domingo, 4 de septiembre de 2011

Ofelia (CUENTO)


   Desde el momento en que su nombre fue pensado, mientras todavía flotaba tranquilamente en el vientre de su madre, su destino quedó marcado por una sombra de tragedia. Se llamaba Ofelia.
  Desde pequeña, su vida se tiñó de negro; el negro del luto por la muerte de todas sus personas queridas. La primera fue su madre, que la abandonó a los pocos días de nacer en medio de un charco de sangre. Después le siguió su padre, que muerto en vida a causa de la tristeza, dejó de comer y se encerró en su habitación, con el único deseo de reunirse lo más pronto posible con su querida y difunta esposa.
 Tras la muerte de sus padres, Ofelia se fue a vivir a casa de sus abuelos. Allí parecía que por fin la niña iba a tener un poco de alegría, pero pronto su nueva casa se sumió en la desgracia. Primero fue su abuelo, al que le cayó la rama de un árbol en la cabeza y después su abuela, a la que sobrevino una gripe terrible. Así Ofelia se quedó sola en el mundo, sin más compañía que la de su propia sombra.
 Ofelia nunca supo lo que era el amor, simplemente porque no le dio tiempo a sentirlo. Pasó el tiempo y se convirtió en mujer, en una mujer solitaria y a la que aterraba la simple idea de encontrarse con alguien, puesto que según pensaba ella, el destino había querido alejarla de cualquier persona que la llegara a amar o que fuera amada por ella; lo mismo da, porque el amor y el cariño siempre son sentimientos recíprocos.
 Un día, mientras arrancaba los hierbajos que crecían salvajes a ambos lados del sendero que conducía a su casa, se le acercó una anciana. Ofelia se quedó paralizada, pues desde que murieron sus abuelos, nadie se había acercado por allí, quizás por temor a que ocurriera algo malo estando en su compañía. Las palabras se le atragantaron en la garganta y ciertamente no sabía si salir corriendo o hablar con aquella mujer. Al final fue la anciana la que comenzó a hablar.
-                     Buenos días. Llevo toda la mañana siguiendo este sendero y me he perdido. Necesito llegar tan pronto como pueda al pueblo, pues me han avisado de que ha nacido mi primera nieta y es un acontecimiento muy importante.
Como Ofelia seguía muda, la vieja siguió hablando.
-                     Como verás, ya soy muy mayor y tanto andar me cansa mucho. ¿ Te importa que descanse un poco a la sombra de aquel árbol que hay junto a tu casa?

 A Ofelia no le importó y ayudó a la mujer a llegar hasta el árbol, le acercó un banquito y fue dentro de la casa a por agua fresca.
 Cuando la mujer hubo descansado y después de darle las gracias por su hospitalidad, le preguntó a Ofelia por dónde podía llegar al pueblo y ésta logró explicárselo a duras penas mediante señas, pues seguía sin habla.
 Vio a la mujer alejarse cada vez más y el corazón se le encogió. En aquel momento se sintió sola de verdad.
 Ya se iba a meter en casa, cuando se dio cuenta de que la anciana se había dejado un paquete junto al árbol. Ofelia fue corriendo camino abajo todo lo rápido que pudo, pero no encontró ni rastro de la mujer. Era como si la aparición repentina de aquella anciana hubiese sido un sueño.
 El paquete estaba adornado con un bonito lazo morado y no pudo resistirse a saber qué contenía el misterioso envoltorio. Cuando lo abrió, se encontró con un libro; era un libro de cuentos, pero no de cuentos normales, sino de cuentos de amor.
 Esa noche Ofelia leyó un cuento y se durmió. Soñó con el mundo maravilloso que reflejaba aquel cuento, pero sobre todo soñó con el amor; no un amor cualquiera, sino ese amor puro y sólido que existe en los cuentos, un amor inquebrantable que rara vez encontramos en la vida real. Cuando despertó, sintió la necesidad de seguir soñando y así, decidió sumirse en un profundo sueño y no despertar jamás, para de esta forma seguir soñando con el amor para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario